domingo, 23 de enero de 2011

Luna menguante

La aridez de mis labios te atemoriza. Ha pasado un día, una semana, un mes, ya ni recuerdo, desde que humedeciste ese territorio que solo tú tienes derecho a tocar, a saborear. Pienso que ya no tengo problemas, que tu sola presencia cerca de mí esfuma todo vestigio de negatividad en mí. Tu calor corporal es lo único que me salva de la gelidez de mi alma amargada. ¿Por qué amargada? Porque quiero. Porque puedo darme el lujo de vivir amargado solo por tener el placer de sentirme absurdamente feliz al estar a tu lado. Porque puedo darme el lujo de dejar que todos mis problemas me agobien solo para mandarlos todos al carajo cuando tus ojos se posen sobre los míos.

"¿Me amas?", sueles susurrar en mi oído cuando estamos juntos. Sonrío. Tonto, bobito, aún me causa gracia esa pregunta. "Claro que te amo", te digo. No te pregunto lo mismo porque tu sonrisa me responde de una vez. Me hundo en tus ojos, trato de hurgar en tu alma. A estas alturas sigues siendo un misterio para mí. Eso es fascinante pero a la vez desesperante. Quiero conocerte al cien por ciento, quiero ahondar en tu espíritu, en la esencia de tu persona. Tal vez me
esté apresurando y el destino quiere que el proceso siga siendo lento para que la fascinación se mantenga hasta que la Parca venga a buscar una de nuestras almas, en un acto egoísta por obtener lo mejor de nosotros solo para ella.

Mis manos no pueden soltar tu rostro. Admiro cada uno de tus rasgos toscos, esos labios que tienen escritas las travesuras que has hecho, esos o
jos pequeños y un poco hundidos que actúan como un par de lagos sin fondo invitándome a nadar en ellos y descubrir qué hay adentro, esa nariz de la que tú tanto te quejas pero que yo no me canso de admirar su belleza. Todo esto lo dejo por un llamado. Ese llamado de la responsabilidad, ese llamado a acudir a mi rutina. No puedo hacer caso omiso y tengo que partir. Un pedazo de mi alma siempre se queda contigo cada vez que sucede esto. Maldita sea la luna menguante, que es bella a su manera antes de desaparecer con la promesa de volver con su radiante belleza a iluminar nuestros ojos, nuestro espíritu. Así eres tú, así soy yo. Así somos.