viernes, 13 de noviembre de 2009

El dilema del erizo

El erizo es un mamífero muy interesante. Posee un mecanismo de defensa efectivo que consiste en miles de púas repartidas por todo el lomo. Su abdomen -donde está su corazón; ironías y metáforas, sírvanse-, sus pies y la cabeza no poseen púas algunas: están a merced del exterior. Cuando el erizo intenta entrar en contacto con otro erizo para aparearse, resulta toda una épica. El macho y la hembra -o el macho y el macho, o la hembra y la hembra, venga, que la homosexualidad animal también debe ser aceptada- comienzan un doloroso dilema: intentar acercase uno a otro para demostrarse afecto o alejarse por completo para evitar lastimarse mutuamente con las púas. En muchas oportunidades el deseo de no lastimar es mucho mayor y uno de los dos se retracta, quedando en completa soledad... Un ostracismo invocado a sí mismo que muchas veces los demás no entienden.

Toda esta cháchara muy al estilo de Animal Planet tiene su aplicación en este post. Varios psicólogos del mundo -sobre todo neo-psicoanalistas, valga la aberración del término- que el caso del erizo para relacionarse con los demás se aplica en el proceso de socialización de los seres humanos... Humanos como yo.

Algunas personas impresionan con personalidades muy marcadas. Pueden ser muy extrovertidas o todo lo contrario, gélidas y con un dejo de sociopatía... o completa sociopatía. No creo en los puntos medios; creo en la defensa de una verdadera personalidad oculta. Todos los que me conocen por primera vez me ven con una tenue sonrisa en mi rostro, muy tímido y quizás tonteando para compensar los nervios. La incomodidad brota por cada poro de mi piel. "Ese chamo es como... raro y antipático", es lo que usualmente escucho a mis espaldas luego de dar una primera impresión. A la segunda vez que me conoces ves a un joven eléctrico, aparentemente incansable y que no para de hablar, gracioso por demás y alegre sin disfraz. Entonces, ¿cuál es el verdadero Francisco de los dos aquí descritos?

Mi yo de la primera impresión es el que está solo consigo mismo. Soy yo siendo yo. Es ese joven de dieciocho años con enormes aspiraciones en la vida, secretas en su mayoría, que escribe estas lineas para este post. Es el que llora cuando está solo porque es cuando se siente menos vulnerable ante los ojos de los demás, pregona una felicidad permanente a causa de la soledad de la boca para afuera, cuando en sus adentros desea fervientemente una compañía física y afectiva que no sea necesariamente familiar. Es el que mira al techo cada noche antes de dormir para reflexionar con humor los sucesos del día. Es el que siente empatía por los demás pero a la vez se toma un tiempo para lamentarse -y cabe destacar que no intentar solucionarlos- de sus problemas. El Francisco de la segunda impresión, el animal social, es un sistema defensivo. El resultado de un minucioso estudio sobre cómo tener, aunque sea, amigos de mentira, solo para compensar parcialmente la necesidad de amigos de verdad.

Esa alegría, esa personalidad eléctirca, quizás son parte de mi verdadero ser; quizás no. Lo que sucede es que yo me exagero a mí mismo. Soy una caricatura de lo que realmente soy. Lo hago para protegerme. ¿De qué? De todo. Del sentir. De las palabras de los demás. De los juicios y prejuicios. De la exposición al ojo público. De sentimientos vacíos así como de sentimientos profundos. Sí, de todo. Mi defensa son las púas -metafóricamente hablando, por supuesto- que me dio la naturaleza para proteger mi interior débil y frágil. Púas que a veces lastiman sin querer a los que quiero y a los que intentan acercarse a mí.

Perdónenme...



martes, 26 de mayo de 2009

Quiero mi propia profecía autocumplida.

Me montaré en el metro una mañana de un día laboral cualquiera. No iré a clase como de costumbre porque habré decidido ir de comparas a un centro comercial cualquiera. Sacaré mi Nokia 5310 Xpress Music, mis audífonos y pondré a sonar en ellos Going under, de Evanescence. Haré caso omiso de las miradas inquisidoras de los usuarios del metro, que no compartirán mis gustos musicales. Estaré abstraído de este mundo, sumergido en la música. Mis pensamientos viajarán a otro plano mientras mi mirada se ocupará de la cuidadosa observación de cada usuario que entra y sale del vagón en cada estación.

El metro se detendrá. Volveré en mí sólo para darme cuenta de que estaré entre dos estaciones. No tendré idea de entre cuáles estaciones quedará el metro. El tren reanudará su movimiento. Pronto se asomará esa especie de cartelito largo que identifica a cada estación: leeré en ella el nombre de una estación cualquiera. Se abrirán las puertas que estarán a mi lado -viajaré parado en uno de los laterales de las puertas- y entrarán unas cinco personas. Unas de esas personas captará mi atención inmediatamente. Miraré con una descarada y poco discreta expresión de asombro en mi rostro a esa persona: tendrá una cabellera lisa de un color castaño claro, parecerá arena de un río cristalino; sus ojos serán color miel, con largas pestañas rizadas naturalmente; sus labios serán ligeramente carnosos y de color carmesí, serán como una invitación a ser besados; la tez de su piel será de color canela, y casi tan lisa y perfecta como su cabellera; finalmente, su cuerpo será delgado, sin mucha musculatura desarrollada y de una altura no mayor a 1.80 metros. Él notará mi expresión en el rostro y sonreirá. Se parará en el otro lateral de las puertas, justo frente a mí. Su sonrisa completará lo que me parecería perfecto, tan amplia y bella como todo lo que habrá sido detallado por mis ojos. Me avergonzaré un poco y bajaré la mirada. Continuaré escuchando música a medida de que el metro continuará avanzando.

Volveré en mí de nuevo cuando el metro se detuviere entre dos estaciones... de nuevo. El operador informará por el altavoz que debido a una falla en otro metro más adelante, el sistema tardará un poco en continuar su operación. Muchas personas mostrarán molestia, otras un poco de nerviosismo -claustrofobia, supondré. Comenzaré a estresarme. El chico de antes me tocará el hombro. Habría olvidado por competo su presencia frente a mí. Me preguntará amablemente la hora. Le contestaré tartamudeando una hora cualquiera, él sonreirá... y yo le devolveré una sonrisa muy torpe. Todo quedará en un silencio sepulcral poco común, hasta que él lo romperá.

-¡Hola! -me dirá extendiendo su mano, presentándose con un nombre cualquiera.
-¡Hey! Yo Francisco, un placer -contestaré con una sensación de terror y emoción en mi cuerpo.
-Estudias en la UCAB, ¿no? Lo digo por tu franela...
-Sí, estudio ahí. Comunicación social -le contestaré con cierto tono de orgullo en mi voz, sin sonar arrogante. A la vez me emocionaré por el hecho de que habrá detallado mi franela con el escudo de la UCAB.

Él me dirá que estudia también: una carrera cualquiera en una universidad cualquiera. Nuestra conversación se extenderá por un lapso de tiempo cualquiera -largo, eso sí- mientras no pararé de admirarlo y sonreír.
De repente, le preguntaré si cree en la astrología. Cosas banales que se me ocurrirán en el medio de la conversación. Él sonreirá y cuando estará a punto de responderme, el metro arrancará. Cuál será la sorpresa de todos al saber que habremos estado a centímetros de la siguiente estación. Las puertas se abrirán casi de inmediato y él s moverá para salir. Yo cambiaré mi semblante bruscamente y no podré ocultar mi deseo de que no se fuere. Él, al salir del vagón, se volteará y esbozará su hermosa sonrisa.

-Estoy seguro de que eres piscis, ¿no? -me dirá-. Yo soy cáncer. Espero eso responda a tu pregunta y muchas otras que te acabas de hacer en tu mente, jeje.

Nota: según la astrología, los nativos de Piscis son considerados compatibles sentimentalmente con los nativos de los signos de Cáncer, Escorpio y Tauro.


jueves, 21 de mayo de 2009

Sueño húmedo

Reacciono. Me doy cuenta de que estoy en un lugar conocido. "¿Cómo he llegado hasta aquí?", me pregunto. Respiro, exhalo, parpadeo, analizo. Estoy en una habitación, encerrado. Miro la cama que está pegada a la pared derecha de la habitación: una cama matrimonial con sábanas de flores. Me acerco a la cama y la toco: está fría. Hay muchas almohadas que huelen a infancia, a recuerdos -tristes y felices. Una sonrisa se esboza en mi rostro a medida que recorro esta cama que, dicho sea de paso, me resulta familiar y acogedora. Me acuesto en la cama y miro el techo. Pienso en cosas absurdas mientras trato de dibujar figuras en las manchas del techo.

El sonido del silencio comienza a convertirse en ruido para mis oídos. Como si la habitación fuese un ente vivo que me escucha, comienza a sonar una canción. Logro identificarla: Umbrella, de Vanilla Sky. Sonrío y luego me acuesto de nuevo.

Comienzo a quedarme dormido. La canción había cambiado hace rato, ahora suena Viceversa, de Viniloversus. Esa canción me quita el sueño por lo que me siento en la cama. Escucho que están forcejeando la puerta de la habitación, como si intentaran entrar. Entro en pánico. Comienzo a hiperventilar, mi corazón se agita, mis ojos se exhorbitan. La puerta se abre y entra alguien. Lo que está sucediendo en mi cuerpo no cesa: empeora. Aparece ante mí alguien a quien debí haber esperado desde un principio. Camina hacia mí y planta sobre mis labios un largo y húmedo beso. Nuestros labios denotan sed uno del otro. Él se torna violento y pasional con sus caricias mientras me besa; yo le respondo de igual manera. Nos tumbamos sobre la cama mientras nuestras manos exploran desesperada y torpemente nuestros cuerpos. El ambiente se torna cálido, el aire se carga de lujuria. Las ropas comienzan a caer en el piso. Abro los ojos para ver bien a quien me besa. Veo en su rostro deseo, el deseo de poseerme y de yo poseerlo. Estamos a merced de nuestros instintos. Nuestras cálidas pieles se rozan entre sí, lo que produce que el sudor se entremezcle y humedezca las sábanas. Los besos disminuyen su violenta intensidad. Ahora denotan amor, delicadeza. Vuelvo a abrir los ojos y la expresión en su rostro ha cambiado: ahora es suave, vulnerable. En la habitación se escucha Love is only a feeling, de The Darkness.

Siento el cansancio y la satisfacción de nuestros besos. Él, también exhausto, deja caer su cuerpo sobre el mío. Siento su respiración en mi cuello. Veo su rostro y sus ojos se cierran. Mi instinto me lleva a colocar mi mano en su rostro y acariciarlo. De repente, me alarmo al ver como poco a poco él se desvanece. Mis manos comienzan a acariciar la nada. Sus ojos se abren y me miran con compasión; mis ojos dejan escapar un par de lágrimas. Ya no está, se ha desvanecido. ME quedo estático, mirando el techo todo borroso por las lágrimas que aún inundan mis ojos. Se escucha en la habitación Big girls don't cry, de Fergie. Sonrío. Cierro los ojos y me entrego al vacío de pensamiento.

Despierto. Estoy en mi pequeña pero cómoda cama individual. Me asomo a la ventana, veo el cielo nublado y la pintura resquebrajada que reviste el edificio que está al lado del que habito. Voy a la ducha y doy comienzo a mi rutina. Hoy será un largo día en la universidad...