lunes, 7 de febrero de 2011

Abrázame: tienes un minuto

Lo confieso: soy un adicto a la atención y al cariño. Disfruto enormemente sentirme apreciado y sentir que ocupo un lugar en el corazón de algunas personas, por muy pequeño que sea. Mi mamá dice que es por lo consentido que fui durante mi infancia, además de que era un malcriado en cuanto a exigencia de afecto. Le tomo la palabra a mamá porque eso último que ella menciona aún lo demuestro.

Anteriormente he reflexionado sobre la amistad y ya tal vez el tema esté un poco cansón y repetitivo. Pero es que aquí no puedo evitar traer el tema de nuevo. En mi vida las amistades vienen como se van: en un abrir y cerrar de ojos. Siempre me he cuestionado sobre mi capacidad para cultivar amistades, siempre he cuestionado las razones por las que las personas buscan mi amistad para luego desecharla. A veces concluyo que la mayoría de los humanos son sanguijuelas que se alimentan de la energía positiva de los que siempre andamos (o solía andar, por lo menos yo) sonrientes y radiantes de optimismo y alegría. Después de que esa energía se agota -o lo que yo considero lo mismo, cuando la Confianza creada por el tiempo juntos permite compartir y contar los problemas- se van y buscan otra alma que succionar.

Les tengo noticias: yo no soy una fuente de felicidad eterna. Yo también soy humano, no una especie de criatura incansablemente feliz con una sonrisa perpetua. No soy Barney el dinosaurio ni un Teletubbie. Yo también necesito de la felicidad de los que me rodean para ser feliz. Pero nada me hace más feliz que
alguien que me escuche. Me hace muy feliz que me regalen una sonrisa espontánea. Me hace muy feliz una buena conversación espontánea que vaya de lo banal a lo profundo sin silencios incómodos intermedios. Me hace muy feliz un abrazo. Pero no un abrazo cualquiera. Si te pido que me abraces, no vaciles; sólo hazlo. Pero aprieta tu cuerpo contra el mío. Que tu calor me haga sentir la humanidad del acto de abrazar. Que me dejes enterrar mi cabeza en tu hombro; y si dejo escapar una lágrima, me disculpes por manchar tu franela. Si te pido que me abraces, abrázame: tienes un minuto. No me gustan los abrazos cortos.